Spoleto

Nacho Gareca
7 min readMay 23, 2024

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Prendo la computadora y abro el navegador. En Google Maps arrastro el cursor hacia Italia. Hago zoom por regiones. Norte, centro, sur. No tengo preferencias. Tampoco un criterio preestablecido. Esta puede andar, digo, y anoto, en un Excel, el nombre de la ciudad. Repito el ejercicio durante una semana.

La planilla alcanza una extensión de setenta y dos celdas. Doy por finalizado mi trabajo. Ahora busco, en un portal donde figura toda la información de las 7900 comunas, el mail del registro civil de las ciudades elegidas. La tarea me lleva otra semana.

Para obtener la ciudadanía, cada comuna tiene sus requisitos. Necesito redactar un mensaje para saber cuáles son. Le pido ayuda a un amigo. Me lo pasa por WhatsApp y lo traduzco. Por momentos el texto resulta un poco violento. Directo al hueso, sin preámbulos. Facundo, además de escribir en italiano, es abogado penalista. Copio y pego. Demoro cuatro días en enviar todos los mails.

Pasan dos meses. De las setenta y dos comunas me responden doce. Cuatro me dicen que sí. Que realizan el trámite, pero que no pueden indicarme los requisitos hasta que resida en el lugar. Otras cuatro que también, pero que no pueden garantizarme nada hasta ver la documentación en vivo y en directo.

De las cuatro restantes, una me dice que no sabe de qué les estoy hablando, otra me recomienda no molestar con asuntos que puedo realizar en Argentina y otra me consulta de dónde saqué su dirección. Todas respuestas de una o dos líneas, salvo la última. De una carilla y con un nivel de detalle digno de un paper científico.

Firmado por una tal Francesca, además de brindarme toda la información, me da la posibilidad de confirmar el único turno disponible. Mi respuesta es la síntesis del nivel de italiano que manejo: sí, grazie. Asegurada la cita, me dedico a investigar el lugar.

Spoleto es una ciudad de la provincia de Perugia, en la región de la Umbría, ubicada a poco más de cien kilómetros de Roma. Por lo que leo en internet, es muy parecido a Salta, mi ciudad natal. Además de escribirse con ese, en ambos lugares hay muchos cerros, muchas iglesias y muchos terremotos. La única diferencia es la cantidad de habitantes. Salta tiene más de 600.000. Spoleto, menos de 40.000. Lo siguiente es averiguar cómo se consigue un alquiler estando a doce mil kilómetros de distancia.

Los grupos de Facebook generan algo muy parecido al debate sobre el punto de cocción de la carne: todos tienen una opinión antagónica. Por un lado están los que sufrieron estafas, con procesos judiciales en curso. Por el otro, los que, buscando un plomero de confianza, dieron con el amor de su vida. La sugerencia de muchos amigos es la misma, poner en el buscador de la red social las palabras clave. Spoleto alquiler ciudadanía.

Los grupos sugeridos son infinitos, pero solo me inscribo en tres. Me aceptan en dos, donde comparto la misma publicación, detallando quién soy y qué necesito. Luego de varias semanas no recibo ninguna interacción. Como paliativo a la frustración recibo otro consejo: la lupita, herramienta que te permite saber si otra persona, dentro del mismo grupo, publicó algo similar. Un mes atrás alguien puso exactamente lo mismo. Spoleto alquiler ciudadanía. Hago clic en su nombre y le envío un mensaje privado. Segundos después, la respuesta.

Her es una película que se desarrolla en la ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos, donde Teodoro -Joaquin Phoenix-, un escritor desanimado que escribe cartas para otras personas, se enamora del sistema operativo de su computadora, una intuitiva y sensible entidad llamada Samanta. Desde aquel primer mensaje me ocurre algo similar, con dos pequeñas diferencias. El intercambio no tiene una connotación sentimental y del otro lado hay un ser humano.

La comunicación con Nico es diaria. A toda hora, con párrafos kilométricos y audios de hasta tres minutos. El plus de conversar con Nico radica en su condición tiempo-espacial: él está en el futuro. Si bien vive en Spoleto desde hace pocos días, la información que me brinda es oro en polvo. De primera mano, sin intermediarios. Quizás esto te sirva, dice, y me comparte dos números telefónicos.

Alessandro es agente inmobiliario. En la videollamada, a medida que nombra los espacios, se detiene. Toma aire y explica. Este es el dormitorio, la cocina, el baño. Luego sale y hace una panorámica. La vista es alucinante. Cuando termina el recorrido quedamos en volver a conectarnos en una hora y desde la comodidad de su oficina. Aprovecho esa pausa para indagar un poco más sobre la zona.

Aunque el margen para hacerme el exquisito es igual a cero -necesito un lugar donde fijar residencia y lo necesito ya-, hago una lista.

El departamento está en medio de un cerro.

Subida muy empinada.

Poca iluminación.

Lejos del centro.

Lejos del super.

Al lado hay un cementerio.

En la segunda videollamada hablamos de números, tiempos y transacciones. A diferencia de la primera, no hay risas. Pese a tener una computadora, Alessandro escribe a mano. Escribe, escribe y escribe. Quiero interrumpirlo. Decirle que todo lo que hablamos lo necesito por escrito. Pero no me sale. No tengo la destreza para decírselo en su idioma. Finalmente, sonriendo como sonríen los que leen las mentes, Alessandro dice: en unos minutos te envío todo.

Entre el anticipo, el seguro de caución y la tasa inmobiliaria, el monto que debería pagar, más que el precio de un alquiler, parece la cifra equivalente a la compra de un inmueble. Si bien el contrato aclara que tengo tres días para dar una respuesta, tomar una decisión no me lleva más que un par de segundos. Viajo en dos semanas y todavía no sé dónde voy a vivir. Me queda una sola bala.

Al igual que Alessandro, Stefania también es agente inmobiliaria. A diferencia de Alessandro, Stefania tiene menos protocolos. Con ella no hay videollamada, lo definimos todo en dos mensajes. Por las imágenes, el lugar es espacioso, iluminado y ubicado a metros de la plaza principal. Además, tengo referencias de otros argentinos que ya lo alquilaron. Llego a Spoleto el miércoles por la mañana. Con Stefania acordamos de vernos y concretar ese mismo día. Solo resta armar la valija y subirse al avión.

Estación Roma Termini. Camino hacia el andén 2-Est para subirme al tren con destino Ancona. Acomodo el equipaje y reviso el itinerario. La estación Spoleto está exactamente a mitad del recorrido. Recibo dos mensajes. Mensaje uno. Nico: ¿A qué hora llegas? Mensaje dos. Stefania: Juan Ignacio, lo siento mucho, el departamento ya no está disponible. Hay dos caminos. Llorar o buscar un hospedaje. Hago lo segundo. Abro la aplicación Booking y activo el filtro para encontrar el lugar más barato disponible. Casa Religiosa de Hospitalidad Nazareno. Dos noches. Comprar.

Estación Spoleto. Bajo del tren y me alargo hacia la salida con un medido aire de desafío, escondiendo mi emoción hasta lograr entenderla. Aparece Nico: por fin puedo ponerle rostro a la voz que escucho desde hace meses. Nos abrazamos y caminamos hacia el hotel.

La recepcionista es una mujer de pelo corto y aros dorados. Con el saludo me pide una identificación, todo en italiano. Al ver mi pasaporte sonríe y vuelve a darme la bienvenida, esta vez en un español sin fisuras. María es venezolana y vive en Spoleto desde hace más de veinte años. Mientras realiza el check-in le cuento mi situación. No te preocupes, dice, y agarra su celular: tengo algo para vos.

Durante esas primeras horas, Nico es mi guía turístico. Me indica los puntos neurálgicos y, hasta donde llega su conocimiento, algo de la cotidianeidad de Spoleto. Cuando el frío nos vence, cada uno vuelve a su lugar. En la recepción, María está exasperada. Te llamé, dice: te llamé y no atendiste. Mi celular no tiene cobertura, le explico. Luego concluye: era para decirte que te conseguí un lugar, podes ir a verlo mañana a primera hora.

La propietaria del departamento es una mujer ecuatoriana llamada Rosaura. La Rosi -así prefiere que la llame- me recibe a los gritos, con una sonrisa y cumbia de fondo. Iniciamos el tour de arriba hacia abajo. Altillo con parrilla y lavadero. Living comedor y cocina. Dos baños y tres habitaciones. Desconozco si María le dijo algo, pero la Rosi me habla como si ya hubiera aceptado vivir con ella. Este es tu dormitorio, dice, y sale disparada hacia la cocina, donde se le están quemando sus frijoles.

A primera vista parece un espacio confortable. Cama marinera, repisa para libros, escritorio y una silla ergonómica. Lo más llamativo es el placard, tapizado por imágenes impresas en hojas A4. Todas con los mismos protagonistas: una mujer, un hombre y una niña. De lejos no son más que típicos retratos familiares. De cerca, nada encaja. Los cuerpos sí, pero no la alegría de estar juntos.

Lo que más me gusta es el balcón, de casi seis metros de largo, con varias sogas para colgar la ropa y una planta de tomates cherry. Apoyado sobre el filo de la baranda miro el cielo como quien espera el advenimiento de una respuesta. ¿Qué hago? ¿Me quedo o no me quedo? Al bajar la mirada, haciéndome visera con la mano derecha, descubro que, mirando en línea recta desde el balcón hacia el cerro Monteluco, se levanta, entre el yuyaral, el departamento de Alessandro.

Estas son las llaves, dice la Rosi, nos vemos mañana. Bajo las escaleras y gano la calle. Corre un viento fresco. Me pongo el gorrito y camino despacio. Más despacio que de costumbre, pensando en los beneficios que distribuye la paciencia. En las compensaciones que fueron reservadas a quienes saben confiar y esperar.

Es mi última noche en el hotel y en la mochila tengo la cena. Una botella de vino tinto, un pedazo de pan y seis fetas de queso. Antes de acostarme leo unas páginas de Invierno en los Abruzos, relato escrito por Natalia Guinzburg quien, al recordar su juventud en Roma, escribe: “Esa era la mejor época de mi vida, pero lo sé ahora, que se me escapó para siempre”.

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